Y no solo lo había vuelto a hacer, sino que la historia era ahora parte de él. De nada servirían les consecuencias, siempre nocivas, que acompañarían para siempre a ese su propio yo.
Las pocas veces que pudo acceder allí, pensó que aquel aroma era muy extraño. Entre un par de bidones envejecidos por el orín y las paredes humedas había descubierto, sin saberlo, a qué iba a oler su vida a partir de aquel momento.